Mañana 1 de mayo celebramos el Día del Trabajador, en plena vorágine de datos fulminantes sobre el paro y con la cifra de los seis millones ya superada. Por tanto, el gran derecho a defender ahora no es el cómo trabajar, sino el concepto y realidad propia del trabajo. Es decir, mañana no puede celebrarse el día del Trabajador, sino que se celebrará, por encima de todo, el día del Trabajo; porque sin trabajo, no hay trabajador.

Y entre tanto y después de escuchar la comparecencia de los ministros el viernes pasado, ¿tiene claro el Gobierno que su máxima prioridad debe ser reducir esta suicida cifra del paro? Porque parece que sigue estando más preocupado por atender las exigencias sobre el déficit, que en hallar medidas reales sobre cómo detener esta sangría.

En dicha comparecencia, todos queríamos haber escuchado que el paro se iba a reducir a un ritmo del 5% los próximos tres años y que las drásticas medidas de estos últimos meses empezarían a dar sus frutos. En vez de eso, nos dijeron que, en el mejor de los escenarios, la cifra de paro se iba a mantener como está… y que por tanto, seguiremos siendo hasta 2016 el país desarrollado con mayor tasa de paro del mundo.

Una vez más, nos ha quedado claro que de ésta sólo podremos salir nosotras y nosotros mismos… con iniciativa, tesón, esfuerzo y, por supuesto, mucho trabajo. Trabajo de los que tenemos la fortuna de seguir adelante y mucha solidaridad para ayudar a todos aquellos que nos rodean que lo han perdido o que aún no han podido alcanzarlo.

Son millones las historias de desesperación que se esconden detrás del paro, pero considero que hay que empezar por dar salida a aquellas de las cuales depende el sustento y bienestar de menores. Esos millones de familias con hijos e hijas con uno o los dos progenitores en paro.

Mañana poco tenemos que celebrar y sí mucho que reflexionar. Ante todo, aquellos que ocupan cargos políticos y puestos de gobierno, en cualquier administración del Estado.